martes, 22 de marzo de 2011

Recuerdo el instante de mi muerte.

Fue tal como lo había deseado.
La noche de verano,
los pies sobre el banco,
el cuerpo en la reposera, tomando la forma de la lona,
la boquilla apretada entre mis dedos con sus hilos de humo.
Tenía doblado bajo la nuca el brazo izquierdo
y el derecho, la columnilla rojogris hacia lo alto,
apoyado el codo en la madera.
Desde lejos, las estrellas golpeaban con sus nudillos en mis ojos.
Entonces el espacio aspiró con fuerza y contuvo el aliento.
La inmovilidad sujetó sus espasmos en la copa de los árboles,
la casa vertical fue un panal de abejas en el aire.
El poste de la luz, en cruz, cruzó los brazos.
Apareció en el cielo el sol, sin contradecir, amable, la lenta noche,
y sonrió el creciente de la luna con un sarcasmo bondadoso.
Pensé que no era decoroso seguir con los ojos abiertos ante tanta belleza,
y bajé los párpados.
Sin impertinencia,
con suavidad,
la boquilla se desprendió de mis dedos.
Sentí el golpe seco, casi alegre, en el mosaico.


Roger Pla


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