Lady Ivonne Wickmoel
Lady Ivonne Wickmoel era la viva estampa de una aristócrata venida a menos. Todas las tardes podías encontrarla sentada a una mesa de la terraza del club de golf; con su blanco pelo siempre sujeto en un tirante rodete que le alargaba las facciones dándole un aire oriental. Su traje azul que alguna vez había sido de terciopelo presentaba ahora un estampado de manchas variadas y bordes raídos. Lady Ivonne siempre fumaba con boquilla. Consumía de forma incansable unos largos y finos pitillos de un aroma que provocaba nauseas y cuyo humo te envolvía en su nube gris cuando te aproximabas a ella. A lady Ivonne, le encantaba dar besos. Si la presentada era una mujer le ponía sus labios pegajosos contra la mejilla, y si era un hombre le ofrecía su mano para que la besara, dejando impregnado en los labios del galante caballero un sabor a cebo rancio producto de las capas superpuestas de crema de manos sin alternar nunca con el jabón. Y lo peor era cuando te abrazaba; el olor ácido mezcla de naftalina y orines añejos que se desprendía de su ropa te penetraba por las fosas nasales causando irritación en las mucosas. Cada vez que podía convencer a alguien, lo sentaba a su mesa con la excusa de invitarle a un café, que siempre acababa pagando el convidado ya que Lady Ivonne tenía por costumbre olvidar su monedero en casa.
Lady Ivonne prefería el coñac, y mientras lo iba libando poco a poco, saboreándolo y reteniéndolo en la boca el mayor tiempo posible, comenzaba con su interminable perorata en un tono de voz afectado y típico de inglesa que nunca aprendió la lengua de la tierra en la que residía hacía más de cincuenta años.
-¿Te he contado querida, que mi marido era diplomático y que vivimos en más de treinta países?-
Segundo ejercicio del curso "El gozo de Escribir" de la Escuela de Escritores