Cuando Walter riso prologó mi trabajo anterior, Descontrólate, mencionó una pequeña conversación entre un maestro y su discípulo: “Maestro, ¿cuál es el secreto de tu serenidad?”. A lo que el maestro respondió: “Entregarme incondicionalmente a lo inevitable”. Creo que este breve dialogo no puede expresar la mejor herramienta que podemos encontrar para la incertidumbre: el abandono.
Muchas personas se asustan cuando me oyen decirlo, al interpretar que eso es como cruzarse de brazos, como adoptar una actitud pasiva y derrotista; como una especie de resignación. Pero consiste en todo lo contrario. El abandono es una renuncia a la pretensión de controlarlo todo. Es poner en manos del Universo de la vida aquello que ya no está en las nuestras. Y eso, para el controlador, es como morir. El abandono es una actitud vital, no una derrota. No renunciamos a la vida, renunciamos a forzarla. Porque la vida se expresa, nos habla. Pero sólo la escucharemos si hacemos espacio a su presencia en nosotros. Si nos deshacemos de impulsividades emocionales y obsesiones mentales.
Quién mejor ha retratado lo que quiero decir es el gran Séneca. Para él la sabiduría radica en discernir correctamente allá donde podemos modelar la realidad para ajustarla a nuestros deseos, de allá donde debemos aceptar, con tranquilidad. Ese “discernir correctamente” significa, para mí, la capacidad de separar aquello que realmente está en mis manos de aquello que no lo está.
El discernimiento no es una tarea exclusivamente mental.Consiste también en escuchar los mensajes que recibimos del inconsciente, sea en forma de sueños, de intuiciones o de personas que aparecen en nuestra vida para decirnos lo que nos conviene oír. Todo se nos va revelando si permanecemos atentos a los detalles significativos que suceden en nuestra vida. El discernimiento es algo que podemos pedir a la vida, sobre todo cuando nos sentimos confusos, cuando nos hemos quedado anclados en la duda.
La segunda característica es “aceptar con tranquilidad”. Eso es, dejar de luchar, dejar de resistirse. Cuando uno ha hecho ya todo lo posible, cuando no sabe de dónde sacar más fuerzas, no tiene nada que hacer y, en cambio, tiene mucho en lo que permanecer: en la serenidad de aceptar que los hechos son, más allá de nuestros deseos. De lo contrario, nos invadirán la frustración y la impotencia. Conozco a personas que quieren intervenir en todas las guerras, que pretenden no darse nunca por vencidas. Y eso está muy bien y es un innegable motor para seguir adelante y obtener dicha en la vida.
Pero a menudo ocurren hechos que nos sobrepasan; vivimos experiencias agotadoras que tienen sus propios límites: “hay fuerzas absolutamente indiferentes a nuestros deseos”. Llegados a este punto, ¿porqué no poner en manos de la vida lo que tenga que suceder? ¿no estaremos más armonizados con ella?
Lo cierto es que la presencia de la incertidumbre forma parte de nuestro equipaje humano. Por eso es mejor andar ligeros y, ante todo serenos. En palabras de Inmanuel Kant, “se mide la inteligencia de un individuo por la cantidad de incertidumbre que es capaz de soportar”
Xavier Guix